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domingo, 27 de febrero de 2011

LA HISTORIA DE UN PRELUDIO A PAYASO


LA HISTORIA DE UN PRELUDIO A PAYASO


SEBASTIAN RODRIGUEZ. TITIRICLAUN.


La historia que voy a narrar, es impactante, aunque no el impactante que muchos conocen, en el que se lanzan bombas al aire, se estrellan carros entre sí o todo un ejército de un país, del que podemos saber mucho o poco, va a la guerra con otro país, el cual puede, que nunca en la vida lo hayamos oído nombrar o si. Todo empezó el viernes, veinte de agosto, los días eran soleados junto con una cálida corriente de aire que hacía saltar las cometas hacia el cielo, después de clase de siete am a doce pm, cuando salía con pensamientos de números en mi cabeza, me encontré con un compañero de TITIRICLAUN, Sergio Esteban, así se llama, le dije que si iba a asistir, ese mismo día, por la tarde, a labor hospitalaria, a lo que respondió diciendo que no podía, que tenía una clase toda la tarde y que iba a quedar muy triste, pero me dijo que fuera yo, que había alguien en el hospital que me necesitaba, que había alguien que necesitaba urgentemente un sonrisa dibujada en su rostro, una compañía, entonces, con esas palabras tan hermosas, no lo pensé dos veces, a las dos y media ya estaba llegando al hospital Santa Sofía. Cuando llegue, encontré a solo dos de mis compañeros, por lo general van más de cinco, ya estaban cambiados, con sus respectivos trajes, para efectuar su personaje con cabalidad, uno de ellos dos era, Juancho, el profe de TITIRI, el otro era, Iguiño, un payasito con un largo recorrido. Ya cambiados los tres, decidimos empezar el calentamiento con unas personas de oficina, estas personas atendían llamadas todo el día, dando citas, cancelándolas, yendo, viniendo, por lo tanto, su nivel de estrés era alto, entramos y todo se empezó a desenvolverse naturalmente y no hubo necesidad de pensar en acciones preconcebidas, pronto, las acciones inesperadas creaban otras inesperadas igual de buenas, auméntales a estas el factor sorpresa, es decir, las payasadas aislaron, por un momento de los papeles y los lapiceros, a los estresados oficinistas; trabajo cumplido. Ya un poco más calientes, no es que tuviéramos fiebre, lo que pasa es que, como en el futbol, hay que hacer un calentamiento físico antes de comenzar, para payasear, es necesario un calentamiento psicológico antes de empezar con las sonrisas, ahora bien, pasamos de las oficinas al ala izquierda del hospital y, por medio de acciones y conversaciones, sacamos unas cuantas sonrisas, en esta sección, los pocos niños que habían fueron los más beneficiados con nuestra labor, ya que, con esas hermosas sonrisas y esa alegría desbordante, acapararon toda nuestra atención, en especial a dos payasitos, una amiguita, Estrellita, que hace poco comenzó, pero ya lo está haciendo muy bien, y yo, Sonoro, que también llevo poco tiempo payaseando. Después de pasar convirtiendo las frías salas del hospital en lugares cálidos y bellos, pasamos a la parte principal del hospital Santa Sofía, el ala central. De acá voy a empezar a narrar por historias los diferentes momentos y escenarios para no alargar mucho la entrada y el calentamiento.

Juego para cuatro
Ingresamos charlando, jugando, bromeando, al ala principal, nos ofrecieron unos deliciosos bombones de chocolate, su precio era de quinientos pesos, yo lo pregunte, sin embargo, ninguno de los cuatro clauw tuvo que pagarlo, Juancho nos invito. después de tener el chocolate en forma de corazón y de rectángulo en nuestras manos, decidimos sentarnos y ver pasar la gene del hospital, si, sentarnos en el interior del hospital en cuatro sillas que miraban hacia la salida, tengamos en cuenta la sorpresa que se pueden dar las personas del personal y civiles cuando ven a cuatro payasos sonrientes saludando y comiendo deliciosos chocolates, creo que puede ser mucha la sorpresa, nuestras palabras eran simples preguntas, con un todo de gracia en su entonación, mientras masticábamos descaradamente:
¿Ya llego?
¿Ya seba?
¿pa honde va?
La reacción del personal y de los civiles entrantes y salientes fue de sorpresa, junto con leves risas ante el contraste del la situación con el entorno, nosotros continuamos comiendo y payaseando desde la comodidad de las sillas con deliciosos chocolates blancos y negros en forma de corazón y de rectangulitos.

Atreves de las salas y camillas
Durante este tramo, fue un poco mas terapéutica la asistencia, ya que las personas con las que entablábamos contacto eran de avanzada edad y de salud crítica, empezamos del lado derecho, al lado izquierdo, durante estos momento, yo, Sonoro, estaba junto a Juancho, aprendiendo como acercarme a las personas de una manera diferente, digo diferente porque cada payasito tiene su manera de ingresar a las habitaciones y charlar con los enfermos. Se nos pasaron los minutos, la hora, subiendo el ánimo y sacando sonrisas a los hospitalizados, cuando regresábamos de la esquina derecha, nos llamaron la atención a Juancho y, a mí, sonoro, no eran los médicos ni las enfermeras, era un hospitalizado de avanzada edad. Acá comienza otra historia.
El hombre huraño
Creo que las personas conocen el significado de un hombre huraño, que huye y se esconde de las gentes, pero este señor de avanzada edad, del que ya les había contado, que les llamo la atención a Juancho y a Sonoro, es más que eso, es el extremo. Bueno, todo empezó, cuando nos llamo y nos dijo:
-Me parece muy mal que ustedes, payasos que vienen a visitar a las personas, no me visiten a mí, me hayan pasado por alto, cuando estoy tan enfermo, cuando estoy que me muero; a mí me parece muy bien que ustedes vengan a visitar a las personas que están enfermas, pero, como ya les dije, me parece muy, pero muy mal hecho de que me allan ignorado de ese manera en que la hicieron, a demás, esos otros dos payasitos – se refería a Estrellita e Iguiño – también me ignoraron, como si no existiera. Sin embargo, no se sienta mal por lo que le estoy diciendo, yo soy muy sincero.
Juancho y yo nos quedamos estupefactos, era la primera vez para mí, tal vez no para Juancho, que un paciente nos llamaba la atención por indiferentes. Las palabras no se hicieron esperar, Juancho le dijo:
-Señor ya veníamos para acá, lo que pasa es que nosotros comenzamos en las esquinas y después terminamos en el centro, ya veníamos. – el señor respondió.
-No, no, no me digan eso, ustedes me estaban ignorando. A mí, durante toda mi vida, me ha pasado lo mismo, sino algo similar, las personas siempre tienden a ignorarme y a tratarme con indiferencia por ser tan honesto.
Me nos mal, a mi no me gustan los payasos, a mí lo que me gusta son los mimos – Sentencio. En ese momento, nos dimos cuenta que nos había dando la entrada para entablar conversación con él y, con esto, porque no, subirle el ánimo. Empezó Juancho diciendo:
-¿le gustan los mimos?
– Si – respondió el señor.
-¿Ya sabe que aplazaron el festival de teatro?
- no, no lo sabia
-sí, el gobierno, por causas de las pasadas elecciones presidenciales, no pudo mandar el dinero para patrocinar el festival de teatro, quedo para finales de año.
El señor nos siguió el hilo de la conversación, ya con esto, sabíamos que, era solo cuestión de tiempo, para que el señor bajara la guardia y mostrara una sonrisa y, con esto, demostrarle, que no somos tan indiferentes como el creí. Todo iba por buen camino, cuando el señor, en una urgencia por contar situaciones pasadas, se empezó a vaciar de historias de su rebelde vida, no parece ningún problema, a los payasos hospitalarios les encante escuchar historias, pero historias que nos puedan mostrar la humildad, inteligencia, el amor o la sabiduría de las personas, porque, siendo al contrario, sentiríamos una enorme necesidad de ayudarlos alegrarse con consejos que los llenen de paz, las historias, como venia contando, eran solo de una persona urania, para él, todo era malo, todo era una mentira, todo estaba mal hecho, impactante, si tenemos en cuenta, que estos pensamientos son de una persona de casi setenta años, nos estaría diciendo que todavía le falta mucho por aprender, pero, no parecía así, porque según él, siempre tenía la razón, no importa como terminaran las historias, el yéndose furioso de la casa, del trabajo, de cualquier sitio, insultado a una amiga, a su compañera, el siempre llevaba la razón, en esos momentos, yo pensé que: si Dios existe, lo más seguro es que este señor lo contradiga, lo cual me pareció algo que teníamos que evitar a toda costa, aunque no pudiendo corregir esa manera de refutar todo cuando veía, Dios lo perdonaría, porque, a pesar de su intransigencia, el era una buena persona, muy honrada sobre todo. El señor, al que estábamos aguantado con paciencia, que solo tienen los payasos hospitalarios, no había recibido ni una visita, desde el tiempo en el que estaba hospitalizado, ya sabíamos las razones, como paliaba con sus jefes, sus amigos y hasta con personas desconocidas, también paliaba con su familia, grave error, si comprendemos que la familia es lo más valioso que tiene cada persona. Después de sus historias, nos dimos cuenta por sus conversaciones, que el señor le gustaba la lectura, por las casualidades de la vida, dio con Juancho, personaje que en la vida real se llama Juan Carlos y es un excelente psicólogo, y con sonoro, un activo estudiante de ingeniería al que le encanta leer y escribir como lo están pudiendo comprobar los lectores, entonces, nos pusimos los tres hablar de lectura, pero sin payasadas, esta vez sí fue seria las conversación, hablamos de cuento libro se nos pasaba por la cabeza, hasta recite un poema inédito de Jorge Luis Borges que me había aprendido después de la compre de un hermoso libro llamada traiciones de la memoria, cada libro del que hablábamos, sacábamos un mensaje, el cual, de una manera indirecta, pudiera corregir, aunque fuera solo un poco, los problemas que, de una u otra manera, el señor de avanzada edad, había hecho notar. Su tristeza era notoria, por esa razón, estuvimos más de una hora acompañándole, no les miento, para mí fue muy difícil, la desesperación me invadía a ratos, pero con él apoya de Juancho, pudimos concluir muy bien la actividad. El último momento, con el señor de avanzada edad, se los describo así, cuando, ya estábamos de salida, el hombre huraño, termino sentado con los ojos encharcados y pensativo, las enfermeras nos dijeron – que pesar, porque lo hicieron llorar – a lo que Juancho respondió – Nosotros no los hicimos llorar, solo lo escuchamos.
Esta es la historia, del orgullo opacado, por la bondad, la paciencia y la alegría, de un par de payasos.

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